Todos tenemos nuestros pequeños traumas infantiles. En mi caso son dos: no haber tenido una bicicleta ni un caballete para pintar. Con respecto a lo de la bici mis padres decían que mi calle era peligrosa (cuando no la atraviesa ninguna carretera) y que en casa no habia espacio para guardar una bici (en cambio mis amigas si tenian sitio...). Con respecto a lo del caballete, de pequeña mi gran pasión era el dibujo. En un episodio de Barrio Sésamo a Espinete le regalan un caballete. Yo me quedé encandilada con él.
- Pídeselo a los Reyes - me sugirió mi padre
Pero aquella carta no llegó a sus Majestades de Oriente, junto con aquellas donde pedía la bici y la Barbie Cristal (me trajeron la Corazón, menudo chasco me lleve).
Pero hay otros traumas más serios, más dolorosos. Aparte del de no haber tenido una hermana (ese me pesó mucho en mis primeros años, con el paso del tiempo lo superé gracias a mis amigas) se suma el de comprobar que tus padres no se quieren nada. Porque es así, o al menos esa es la percepción que yo tengo. Imagino que es una realidad que siempre ha estado presente ante mis ojos pero yo no la empecé a ver hasta los dieciseis años. Mis padres malamente se soportan, discuten toooodos los días y yo no sé como no se han divorciado hace por lo menos veinte años. Tengo la certeza absoluta que si en vez de en el 69 mis padres se hubieran casado en el 89, y si me apuras en el 79 (y en vez de 65 tuvieran ahora 55 años) se habrían divorciado fijo.
De hecho no se muy bien como se casaron pues son completamente opuestos, que no complementarios. Por ejemplo a mi padre le encanta salir de vacaciones y mi madre a duras penas sale de casa para ir a la playa. Es verdad que la fibromialgia la ha limitado mucho (cuando te duele todo no te apetece hacer nada) pero eso unido a su carácter pesimista es una bomba de relojeria. A lo que hay que añadir la escasa sensibilidad de mi padre hacia ciertos temas así como su absoluta dejadez y descuido en lo que a temas domésticos se refiere (como dejar la ropa tirada por todos lados, ensuciar a más no poder, etc. etc) que hace a mi madre trabajar el doble.
Pero no diré que mi madre sea una victima al cien por cien. A veces también resulta inaguantable. Lo quiere controlar absolutamente todo y eso la irrita porque ve que no es posible. Le encantaría que mi padre fuese un perrito faldero que estuviese alrededor de ella todo el día (y nada más lejos de la realidad pues literalmente mi padre va a lo suyo). Tiene celos de mi abuela y de mi tía porque mi padre las dedica a ellas más atenciones (esto es cierto). Y sobre todo mi madre odia a su suegra, mi abuela. No, no digo que le caiga mal, o que no la soporte. No. LA ODIA. Con todas sus fuerzas y es incapaz de disimilarlo. Y bien es cierto que mi abuela Maria Luisa a veces es insufrible y dan ganas de pegarle un chocazo y quedarse tan a gusto. Pero no es menos verdad que mi madre sólo es feliz cuando te viene con los cuentos de la abuela "que si ha hecho esto", "que si ha dicho lo otro". Y si es cierto que Mary Lou (como yo llamo a mi abuela en broma) es desconfiada y a veces sale por peteneras sin venir a cuento, pero es una anciana de 89 años, que está casi ciega, que apenas oye, que casi no puede andar y que la única distracción que tiene es darle vueltas a la cabeza, porque ni puede ver la tele, casi ni escuchar la radio, ni coser, ni caminar, ni nada de nada. Y mi madre no es capaz de comprender eso, que hay ciertas cosas que no las hace a posta, sino que son producto de sus limitaciones sensoriales.
Esos traumas familiares me han marcado de alguna manera. Pero eso lo contaré otro día, en una segunda parte. Por hoy creo que es suficiente. Mi corazón con estas movidas se vuelve pesado como una losa
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