Creo, creo, Dios no lo quiera, que este año es muy posible que me inviten a dos bodas. Espero equivocarme, pero todo apunta a que sí. Una vecina mia se casa, y como me llamaron para organizar la despedida de soltera pues sospecho (la policia no es tonta) que me van a invitar. Y por otro lado, he recibido la noticia de que una antigua compañera de la facultad se casa tras ocho años de convivencia con su novio. Confio en que sean coherentes y no organicen una boda multitudinaria en la que yo podría ser una futurible invitada.
No es que no me gusten las bodas, todo lo contrario. Soy de las pocas fans de los bodorrios. Lo que me molesta terriblemente es que la gente no tenga mesura ni criterio para seleccionar a sus invitados. Lo suyo es elegir a gente a la que sabes que no vas a poner en ningún compromiso, porque se trata de personas a las que conoces lo suficiente, y tienes el trato suficiente, como para saber que van a estar encantadas de ir a tu enlace y por supuesto tu deseas que te acompañen en ese día tan importante (que en un gran número de casos acaba en divorcio unos años después).
Pero no. Como el sentido común es el menos común de los sentidos, conozco casos en los que se ponen a invitar a diestro y siniestro. Que si compañeros de trabajo con los que no tienen un trato tan amistoso como para que estén en tu boda; que si el panadero; que si el vecino del cuarto al que si, dan los buenos días cada mañana pero nada más; que si un antiguo amigo del barrio que fue intimo en la infancia pero con el que apenas se tiene trato en los últimos quince años... Y yo me pregunto, ¿por qué? ¿Interés lucrativo? ¿Deseos de quedar bien con todo cristo? ¿Afán por aparentar? ¿Falta de amistades suficientes para completar el plantel de número de invitados politicamente correcto? ¿Deseo de rellenar todas las mesas del salón, independientemente de quienes sean los ocupantes? Porque puedo entender ciertos compromisos familiares (lo típico: que los padres inviten a todos sus primos a los que los novios apenas conocen, porque no van a invitar a unos primos sí y a otros no) pero lo que no me cabe en la cabeza es invitar a tropecientos compañeros de trabajo (con los que no te llevas tan bien), al banquero (a mi prima Mari Mar le han invitado varios clientes a sus bodas), al vecino de cinco portales más allá con el que te cruzas por la calle diariamente o que los hermanos de los novios inviten a todos sus colegas que tienen una relación distante con los contrayentes. Yo creo que la respuesta es una mezcla de todas estas razones aunque en distintas proporciones (en unos primará más el interés económico, en otros más el deseo de aparentar). En cualquier caso, y como dicen los sociológicos, la boda es el acto social por excelencia en España y por ello supongo que muchos, en su deseo de ser el principe de Asturias o la reina de Inglaterra por un día, se ponen como tontos buscando invitados.
Y aunque la solución a estos dilemas es sencillamente decir "no, no voy a vuestra boda", el simple hecho de que me inviten, sabiendo yo, y sabiendo los contrayentes, que mi presencia en los desposorios es insulsa y completamente prescindible, me molesta terriblemente.
...Y todo ello en una sociedad que cada vez cree menos en el compromiso (que junto con el amor, se supone que es el motivo por el que la gente se casa)...
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