Miedo a volar
He concebido este blog como algo festivo, alegre… pero no puedo obviar la horrible tragedia de Barajas. Familias enteras han desaparecido. Y no se que es peor: que toda una familia haya muerto o que uno de sus miembros sobreviva y se quede solo en el mundo. Es algo realmente aterrador…
Este accidente me confirma en mi miedo a los aviones. Si, ya sé que es el medio más seguro del mundo (leí que las posibilidades de fallecer en accidente de tráfico son una entre cinco mil mientras que las de morir en accidente aéreo se sitúan en una entre once millones). Aunque creo que se trata de algo innato en mi, puedo poner fecha al comienzo de mi pánico a volar. Fue en el año 1985 cuando un avión con destino Bilbao se estrelló contra una antena de televisión. La noticia me impresionó bastante. El caso es que una tarde subí a casa de mi amiga Soraya. Estábamos solas y sobre la mesa camilla del salón la revista Pronto, cuya noticia de portada era la del siniestro aéreo (desde entonces le cogí bastante repulsión a esta publicación). Como siempre me ha gustado hojear las revistas, y a pesar de que sabía lo que me iba a encontrar, no pude evitar abrir el Pronto. Entonces ví varias fotografías con restos de fuselaje, ropas destrozadas y juraría que algún que otro miembro humano (bueno, esto último no se si es un recuerdo imaginario o real, ya sabéis que este cerebro perverso nos juega malas pasadas… aunque, ¡voto a Dios, capitán Alatriste! Juraría que aquello que vi fue real).
Pero a pesar de este temor fundado/infundado a volar, siempre sentía curiosidad por montar en avión. Y por fin lo logré a mis 27 años, cuando fui a Las Palmas de Gran Canarias en Spanair, vuelo JK 5055, en un MD-80 (ahora es cuando pienso que esta tragedia le podía haber tocado a cualquiera, osea a mi).
He logrado sobrevivir a mis dos viajes en avión (Las Palmas de GC y Roma) a pesar de mi hipocondría natural gracias a:
a)El Sumial. Un medicamento maravilloso que solo se vende con receta médica.
b)Que ambos viajes duraron menos de dos horas y media.
La primera vez que me monté el avión tenía DVD. El comandante fue enrollado y antes de ponernos la peli de rigor nos mostró en la pantalla el mapa con nuestra ruta de navegación con los siguientes datos:
Altura: 9000 metros
Temperatura exterior: -50º C
Velocidad: 840 km/h
Entonces mi cerebro hipocondriaco empezó a maquinar:
“Si hay una grieta en el fuselaje… ¿de qué moriría primero? ¿congelada por la baja temperatura? ¿Asfixiada por la falta de oxigeno? ¿O directamente estallaría mi corazón por la presión? Joder, quiero llegar ya, quiero llegar ya, quiero llegar ya”.
Pero gracias al Sumial (alabado sea Dios) mis pensamientos no degeneraron en una crisis de ansiedad, sino en unas enormes ganas por aterrizar.
Aunque peor fue el despegue en Madrid con destino a Roma. A Dios pongo por testigo que nada más despegar sentí como si el avión se quedara suspendido en el aire por escasos segundos. Cogí asustada la mano de mi amiga Laura y muerta de terror (aunque el Sumial, una vez más, aminoró sus efectos) le dije: “Se ha quedado suspendido el avión en el aire”. Obviamente, mi amiga se rió de mi y me tildó de chiflada.
Pero mi masoquismo es supremo en lo que a viajes en avión se refiere. Mucho miedo, mucho pánico pero siempre me pido ventanilla y me encanta mirar y ver las carreteras diminutas y el contorno de las tierras. Y comienzan mis reflexiones absurdas (todo un clásico en mi):
“Oh, parece que estoy viendo un mapa” o bien “¿Cómo podrían los antiguos trazar los mapas con tanta precisión sin tener satélites?” (esta última pregunta tiene una respuesta: las matemáticas, pero como buena chica de letras jamás he entendido muy bien la vinculación entre trazar mapas y los numeros).
Desde que fui a Roma hace ya tres años no he vuelto a montar en avión. Por un lado me gustaría repetir porque me mola ver la tierra desde las alturas. Por otro lado me da pánico pensar que si hay un problema técnico grave las posibilidades de morir son del 95%. En fin. No es muy intención frivolizar sobre esta terrible tragedia (por favor, no lo entendais así, no es esa mi idea). Montar en avión es algo maravilloso pero a la vez algo arriesgado, peligroso. Como la propia vida
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