¡¡¡Si!!! Once años después el Atlético de Madrid vuelve a la Copa de Europa (como se decía en mi infancia). Escuché la primera parte por Onda Cero (¿Dónde está Javier Ares?) y según mi hermano Jose Andrés la segunda parte fue memorable e irrepetible durante los próximos años.
Aún recuerdo el día que me hice del Atleti. Todavía no iba a parvulos, por lo que tenía cuatro o cinco años. En el comedor teníamos una pipa de bronce, regalo de mi tio Ismael (qepd). Y dentro de la misma un broche (ahora conocido como pin) del Atleti. Yo entonces no sabia que era, pero me gustaba mucho por sus franjas rojblancas. Ni corta ni perezosa me lo enganché a mi vestido de lana azul (uno que me hizo mi madre y me encantaba). Entonces no entendía mucho de moda (más o menos como ahora) y no era consciente de la mala combinación entre el pin del Atleti y un vestido con lazo al cuello. De tal guisa anduve varios dias. Hasya que por fin en una gloriosa jornada le pregunté a mi hermano Jose a quien pertencía ese escudo.
- Es del Atlético de Madrid, mi equipo de fútbol.
Y en ese momento automáticamente me hice del Atleti, de mi Atleti. Años después me regalaron un pin del Atletico Aviación que llevaba en mi cazadora en la época del instituto método bastante bueno para entablar conversación con chicos, que me preguntaban sobre mis aficiones balompédicas).
Para bien o para mal ser del Atleti mola. Sufres mucho, pero las alegrias cuando consigues un pequeño triunfo son dobles. Y además cuando pierde la selección (este año ha sido una excepción) no te llevas disgustos, como los madridistas de turno, acostumbrados a ganar siemrpe. Como decía Gil ser del Atleti es un estilo de vida, no se si de pupas o perdedor, pero si de manera de enfrentarte a la cruda realidad, en la que muchas veces te dan con la puerta en las narices. Ser del Madrid es el recurso fácil: lo de subirse al carro del vencedor es muy propio de los españoles.
Recuerdo momentos gloriosos de mi equipo. Aquel 0-4 en el Bernabeu con Futre como protagonista. Aquel sabado de la remontada del 4 a 3 contra el BCN que Telemadrid suele recordar en los derbys. Las dos copas del Rey consecutivas. Êl record de imbatibilidad de Abel. Por supuesto el año del doblete (¡¡año en el que el Madrid no se clasificó para competiciones europeas, eso si que fue felicidad!!) y otras tardes más. Quizás los momentos tristes han sido más numerosos (el descenso a segunda, of course y la eliminación contra el Steaua de Bucarest, si mal no recuerdo, cuando era niña y que me sentó tan mal). Pero siempre he permanecido fiel a mis colores.
En Europa este año no sé que tal lo haremos. Probablemente el Liverpool nos funda los plomos. pero no importa. El día que ganemos lo haremos a lo grande (o de manera injusta en el último momento, sufriendo como siempre) y la alegría será inmensa. Si, el fútbol es otra de mis frivolidades preferidas.
Pero sobre todo, pase lo que pase esta temporada, siempre nos dirán:
"Y tu, ¿por qué eres del Atleti?"
jueves, 28 de agosto de 2008
martes, 26 de agosto de 2008
Dieciseis días en Pekín
Los Juegos OLimpicos han terminado. Son mi evento frivolo favorito junto con los Oscar de Hollywood. Mi generación, marcada en su día por la designación de Barcelona como sede olímpica y los grandes fastos del 92, es bastante aficionada a este espectáculo-negocio deportivo.
No recuerdo las olimpiadas de Los Angeles, pero si guardo un recuerdo muy vivido de las de Calgary y Seul en el 88, que seguí por televisión cuando solo habia dos cadenas. Es más, por motivos sentimentales-melancólicos realicé en la facultad un trabajo sobre la cobertura informativa de los JJOO de Calgary (nunca unos juegos de invierno fueron tan retransmitidos debido a la elección de BCN. Las demás ediciones, salvo Albertville 92, apenas aparecen en la tele pública).
Evidentemente y como buena española seguí con entusiasmo la 25 Olimpiada (usease, la de Barcelona) y me emocioné mucho con los triunfos de mis paisanos. En estas de Pekín (no se porque ahora todo el mundo se empeña en decir Beijing) he flipado con la natación sincronizada (para mi son unas superdotadas), con la final de los 100 metros lisos, he visto hasta la final de halterofilia femenina (un deporte muy fácil de ver) y me ha dado tiempo a odiar a ese Phelps, que ha osado desafiar a Mark Spitz sólo porque Speedo le pagaba si superaba el record del americano de origen judio.
Aún guardo el libro de las Olimpiadas que tuve que estudiar para el concurso de Cajamadrid cuando estaba en el cole. Me gusta echarle un vistazo de vez en cuando, aunque ha quedado obsoleto (la última olimpiada que recoge es la de Seúl 88). Hace mucho hincapié en lo del espiritu olimpico que defendia Pierre de Coubertin, cosa que se ha perdido (si la Olimpiada moderna subsiste es porque es un auténtico negocio para paises y empresas privadas).
Durante algunos años yo medía mi vida por bisiestos y olimpiadas, pues coincidian con años en los que se producía algún cambio relevante en mi vida (pasar del cole al insti, del insti a la facul, de la facul al mundo laboral...). Ahora que soy una adulta gris con vida monótona las olimpiadas no marcan periodos de mi existencia, pero me encanta seguirlas, y daría mi brazo derecho por cambiarme unos días con el hermano de mi amiga Chus, fisioterapeuta de la selección española de triathlon que ha estado en Pekín (también en Atenas) y se ha cruzado en la villa olimpica con Gasol, Bekele, Almudena Cid y otras figuras internacionales del deporte. Pero como este sueño de vivir un día en la villa Olímpica creo que es imposible de cumplir, me seguiré conformando con seguir las pruebas desde mi sillón, tomando una cervecita bien fresca. Eso si que es deporte
No recuerdo las olimpiadas de Los Angeles, pero si guardo un recuerdo muy vivido de las de Calgary y Seul en el 88, que seguí por televisión cuando solo habia dos cadenas. Es más, por motivos sentimentales-melancólicos realicé en la facultad un trabajo sobre la cobertura informativa de los JJOO de Calgary (nunca unos juegos de invierno fueron tan retransmitidos debido a la elección de BCN. Las demás ediciones, salvo Albertville 92, apenas aparecen en la tele pública).
Evidentemente y como buena española seguí con entusiasmo la 25 Olimpiada (usease, la de Barcelona) y me emocioné mucho con los triunfos de mis paisanos. En estas de Pekín (no se porque ahora todo el mundo se empeña en decir Beijing) he flipado con la natación sincronizada (para mi son unas superdotadas), con la final de los 100 metros lisos, he visto hasta la final de halterofilia femenina (un deporte muy fácil de ver) y me ha dado tiempo a odiar a ese Phelps, que ha osado desafiar a Mark Spitz sólo porque Speedo le pagaba si superaba el record del americano de origen judio.
Aún guardo el libro de las Olimpiadas que tuve que estudiar para el concurso de Cajamadrid cuando estaba en el cole. Me gusta echarle un vistazo de vez en cuando, aunque ha quedado obsoleto (la última olimpiada que recoge es la de Seúl 88). Hace mucho hincapié en lo del espiritu olimpico que defendia Pierre de Coubertin, cosa que se ha perdido (si la Olimpiada moderna subsiste es porque es un auténtico negocio para paises y empresas privadas).
Durante algunos años yo medía mi vida por bisiestos y olimpiadas, pues coincidian con años en los que se producía algún cambio relevante en mi vida (pasar del cole al insti, del insti a la facul, de la facul al mundo laboral...). Ahora que soy una adulta gris con vida monótona las olimpiadas no marcan periodos de mi existencia, pero me encanta seguirlas, y daría mi brazo derecho por cambiarme unos días con el hermano de mi amiga Chus, fisioterapeuta de la selección española de triathlon que ha estado en Pekín (también en Atenas) y se ha cruzado en la villa olimpica con Gasol, Bekele, Almudena Cid y otras figuras internacionales del deporte. Pero como este sueño de vivir un día en la villa Olímpica creo que es imposible de cumplir, me seguiré conformando con seguir las pruebas desde mi sillón, tomando una cervecita bien fresca. Eso si que es deporte
viernes, 22 de agosto de 2008
Miedo a volar
Miedo a volar
He concebido este blog como algo festivo, alegre… pero no puedo obviar la horrible tragedia de Barajas. Familias enteras han desaparecido. Y no se que es peor: que toda una familia haya muerto o que uno de sus miembros sobreviva y se quede solo en el mundo. Es algo realmente aterrador…
Este accidente me confirma en mi miedo a los aviones. Si, ya sé que es el medio más seguro del mundo (leí que las posibilidades de fallecer en accidente de tráfico son una entre cinco mil mientras que las de morir en accidente aéreo se sitúan en una entre once millones). Aunque creo que se trata de algo innato en mi, puedo poner fecha al comienzo de mi pánico a volar. Fue en el año 1985 cuando un avión con destino Bilbao se estrelló contra una antena de televisión. La noticia me impresionó bastante. El caso es que una tarde subí a casa de mi amiga Soraya. Estábamos solas y sobre la mesa camilla del salón la revista Pronto, cuya noticia de portada era la del siniestro aéreo (desde entonces le cogí bastante repulsión a esta publicación). Como siempre me ha gustado hojear las revistas, y a pesar de que sabía lo que me iba a encontrar, no pude evitar abrir el Pronto. Entonces ví varias fotografías con restos de fuselaje, ropas destrozadas y juraría que algún que otro miembro humano (bueno, esto último no se si es un recuerdo imaginario o real, ya sabéis que este cerebro perverso nos juega malas pasadas… aunque, ¡voto a Dios, capitán Alatriste! Juraría que aquello que vi fue real).
Pero a pesar de este temor fundado/infundado a volar, siempre sentía curiosidad por montar en avión. Y por fin lo logré a mis 27 años, cuando fui a Las Palmas de Gran Canarias en Spanair, vuelo JK 5055, en un MD-80 (ahora es cuando pienso que esta tragedia le podía haber tocado a cualquiera, osea a mi).
He logrado sobrevivir a mis dos viajes en avión (Las Palmas de GC y Roma) a pesar de mi hipocondría natural gracias a:
a)El Sumial. Un medicamento maravilloso que solo se vende con receta médica.
b)Que ambos viajes duraron menos de dos horas y media.
La primera vez que me monté el avión tenía DVD. El comandante fue enrollado y antes de ponernos la peli de rigor nos mostró en la pantalla el mapa con nuestra ruta de navegación con los siguientes datos:
Altura: 9000 metros
Temperatura exterior: -50º C
Velocidad: 840 km/h
Entonces mi cerebro hipocondriaco empezó a maquinar:
“Si hay una grieta en el fuselaje… ¿de qué moriría primero? ¿congelada por la baja temperatura? ¿Asfixiada por la falta de oxigeno? ¿O directamente estallaría mi corazón por la presión? Joder, quiero llegar ya, quiero llegar ya, quiero llegar ya”.
Pero gracias al Sumial (alabado sea Dios) mis pensamientos no degeneraron en una crisis de ansiedad, sino en unas enormes ganas por aterrizar.
Aunque peor fue el despegue en Madrid con destino a Roma. A Dios pongo por testigo que nada más despegar sentí como si el avión se quedara suspendido en el aire por escasos segundos. Cogí asustada la mano de mi amiga Laura y muerta de terror (aunque el Sumial, una vez más, aminoró sus efectos) le dije: “Se ha quedado suspendido el avión en el aire”. Obviamente, mi amiga se rió de mi y me tildó de chiflada.
Pero mi masoquismo es supremo en lo que a viajes en avión se refiere. Mucho miedo, mucho pánico pero siempre me pido ventanilla y me encanta mirar y ver las carreteras diminutas y el contorno de las tierras. Y comienzan mis reflexiones absurdas (todo un clásico en mi):
“Oh, parece que estoy viendo un mapa” o bien “¿Cómo podrían los antiguos trazar los mapas con tanta precisión sin tener satélites?” (esta última pregunta tiene una respuesta: las matemáticas, pero como buena chica de letras jamás he entendido muy bien la vinculación entre trazar mapas y los numeros).
Desde que fui a Roma hace ya tres años no he vuelto a montar en avión. Por un lado me gustaría repetir porque me mola ver la tierra desde las alturas. Por otro lado me da pánico pensar que si hay un problema técnico grave las posibilidades de morir son del 95%. En fin. No es muy intención frivolizar sobre esta terrible tragedia (por favor, no lo entendais así, no es esa mi idea). Montar en avión es algo maravilloso pero a la vez algo arriesgado, peligroso. Como la propia vida
He concebido este blog como algo festivo, alegre… pero no puedo obviar la horrible tragedia de Barajas. Familias enteras han desaparecido. Y no se que es peor: que toda una familia haya muerto o que uno de sus miembros sobreviva y se quede solo en el mundo. Es algo realmente aterrador…
Este accidente me confirma en mi miedo a los aviones. Si, ya sé que es el medio más seguro del mundo (leí que las posibilidades de fallecer en accidente de tráfico son una entre cinco mil mientras que las de morir en accidente aéreo se sitúan en una entre once millones). Aunque creo que se trata de algo innato en mi, puedo poner fecha al comienzo de mi pánico a volar. Fue en el año 1985 cuando un avión con destino Bilbao se estrelló contra una antena de televisión. La noticia me impresionó bastante. El caso es que una tarde subí a casa de mi amiga Soraya. Estábamos solas y sobre la mesa camilla del salón la revista Pronto, cuya noticia de portada era la del siniestro aéreo (desde entonces le cogí bastante repulsión a esta publicación). Como siempre me ha gustado hojear las revistas, y a pesar de que sabía lo que me iba a encontrar, no pude evitar abrir el Pronto. Entonces ví varias fotografías con restos de fuselaje, ropas destrozadas y juraría que algún que otro miembro humano (bueno, esto último no se si es un recuerdo imaginario o real, ya sabéis que este cerebro perverso nos juega malas pasadas… aunque, ¡voto a Dios, capitán Alatriste! Juraría que aquello que vi fue real).
Pero a pesar de este temor fundado/infundado a volar, siempre sentía curiosidad por montar en avión. Y por fin lo logré a mis 27 años, cuando fui a Las Palmas de Gran Canarias en Spanair, vuelo JK 5055, en un MD-80 (ahora es cuando pienso que esta tragedia le podía haber tocado a cualquiera, osea a mi).
He logrado sobrevivir a mis dos viajes en avión (Las Palmas de GC y Roma) a pesar de mi hipocondría natural gracias a:
a)El Sumial. Un medicamento maravilloso que solo se vende con receta médica.
b)Que ambos viajes duraron menos de dos horas y media.
La primera vez que me monté el avión tenía DVD. El comandante fue enrollado y antes de ponernos la peli de rigor nos mostró en la pantalla el mapa con nuestra ruta de navegación con los siguientes datos:
Altura: 9000 metros
Temperatura exterior: -50º C
Velocidad: 840 km/h
Entonces mi cerebro hipocondriaco empezó a maquinar:
“Si hay una grieta en el fuselaje… ¿de qué moriría primero? ¿congelada por la baja temperatura? ¿Asfixiada por la falta de oxigeno? ¿O directamente estallaría mi corazón por la presión? Joder, quiero llegar ya, quiero llegar ya, quiero llegar ya”.
Pero gracias al Sumial (alabado sea Dios) mis pensamientos no degeneraron en una crisis de ansiedad, sino en unas enormes ganas por aterrizar.
Aunque peor fue el despegue en Madrid con destino a Roma. A Dios pongo por testigo que nada más despegar sentí como si el avión se quedara suspendido en el aire por escasos segundos. Cogí asustada la mano de mi amiga Laura y muerta de terror (aunque el Sumial, una vez más, aminoró sus efectos) le dije: “Se ha quedado suspendido el avión en el aire”. Obviamente, mi amiga se rió de mi y me tildó de chiflada.
Pero mi masoquismo es supremo en lo que a viajes en avión se refiere. Mucho miedo, mucho pánico pero siempre me pido ventanilla y me encanta mirar y ver las carreteras diminutas y el contorno de las tierras. Y comienzan mis reflexiones absurdas (todo un clásico en mi):
“Oh, parece que estoy viendo un mapa” o bien “¿Cómo podrían los antiguos trazar los mapas con tanta precisión sin tener satélites?” (esta última pregunta tiene una respuesta: las matemáticas, pero como buena chica de letras jamás he entendido muy bien la vinculación entre trazar mapas y los numeros).
Desde que fui a Roma hace ya tres años no he vuelto a montar en avión. Por un lado me gustaría repetir porque me mola ver la tierra desde las alturas. Por otro lado me da pánico pensar que si hay un problema técnico grave las posibilidades de morir son del 95%. En fin. No es muy intención frivolizar sobre esta terrible tragedia (por favor, no lo entendais así, no es esa mi idea). Montar en avión es algo maravilloso pero a la vez algo arriesgado, peligroso. Como la propia vida
martes, 19 de agosto de 2008
Segundas partes
Lo volvemos a intentar. Lo del blog, vamos. Tras el fallido intento de Minea´s world viene aqui Ideas, reflexiones y paranoias. ¿Cuánto durara? El primero alcanzó la cifra record de dos meses, que espero superar. En cualquier caso prometo no rayarme tanto. ¿Segundas partes nunca fueron buenas? ¡Qúién ha dicho eso? ¿Y El señor de los anillos II? ¿Y El Padrino II? ¿Y la segunda medalla de oro de Carl Lewis? Dispuesta a romper el maleficio, aqui inicio mi nuevo blog. ¡¡Larga vida al blog!!
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