martes, 19 de julio de 2011

Que hablen otros por mi

Hoy tampoco hablaré yo.

Dejaré que en mi lugar lo haga Benito Pérez Galdós.

Es un extracto de El Grande Oriente de la serie segunda de los Episodios Nacionales y se refiere al protagonista de la saga, Salvador Monsalud.

El ver reflejado en los libros lo que te pasa es un consuelo de tontos, pero está bien ver como otros ponen palabras a tus sentimientos cuando una no sabe como hacerlo.

"-Otra equivocación -decía-, otra caída, otro desengaño. Todo aquello en que pongo los ojos se vuelve negro. Si mi corazón se apasiona por algo, persona o idea, la persona se corrompe y la idea se envilece. Conspiro, y todo sale mal. Deseo la guerra, y hay paz. Deseo la paz, y hay guerra. Trabajo por la libertad, y mis manos contribuyen a modelar este horrible monstruo. Quiero ser como los demás, y no puedo. En todas partes soy una excepción. Otros viven y son amados; yo no vivo ni soy amado, ni hallo fuente alguna donde saciar la sed que me devora. ¿Amigos? Ninguno me satisface. ¿Artes? Las siento en mí; pero no tengo educación para practicarlas. ¿Amor? Siempre que me acerco a él y lo toco, me quemo. ¿Religión? Los volterianos me la han quitado, sin ponerme en su lugar más que ideas vagas... Dios mío, ¿por qué estoy yo tan lleno y todo tan vacío en derredor de mí? ¿En dónde arrojaré este gran peso que llevo encima y dentro de mi alma? Voy tocando a todas las puertas, y en todas me dicen: «Aquí no es, hermano; siga usted adelante». Voy siempre adelante. Algún ser existe, sin duda, que está sentado junto a su casa, esperándome con ansiedad; pero yo paso y vuelvo a pasar, subo y bajo, entro y salgo con mi carga a cuestas, y no doy jamás con la puerta de mi semejante. Voy aburrido y desesperado, ando sin cesar. «¿Será aquél?», me pregunto. Creo haber acertado, y una brutal mano me lanza al camino diciendo: «Sigue adelante, que aquí no es...». «Aquí no es, aquí no es, aquí no es». En toda mi vida no oiré sino estas desesperantes palabras. «Aquí no es», me dijo Jenara. «Aquí no es», me dijo el partido jurado. «Aquí no es», me dijo la emigración. «Aquí no es», me dijo la patria. «Aquí no es», me dijeron las logias del año 19. «Aquí no es», me han dicho los liberales de ahora. «Aquí no es», me acaba de decir Andrea. No es en ninguna parte, y yo moriré de cansancio y fastidio en medio del camino. ¡Maldita sea la hora en que nací! Hijo soy del crimen, y la expiación de él tomó carne y vida en mi persona miserable... ¿Por qué soy tan distinto de los demás, que en ninguna parte encajo? ¿Por qué ningún hueco social cuadra a mi forma? Mejor es desbaratarse y morir, ¡Dios mío!, que estar siempre de más...

(...)


¡Pobre hombre! La verdad es que teniendo los medios vulgares para ser feliz, no podía serlo, sin duda por repugnar a su naturaleza los vulgares medios. Pero se equivocaba al echar la culpa de sus contrariedades al destino, a las estrellas, a una crueldad sistemática de la Providencia, como es frecuente en los que razonan poco; las causas de su constante desaliento y de sus caídas teníalas dentro de sí mismo, y se atormentaba constantemente en virtud de una poderosa fuerza crítica, compañera de todos sus actos. Sin quererlo, su mente le presentaba con claridad suma todas las abominaciones y fealdades de hombres y de la vida, exagerándolas quizás, pero sin perder ninguna. Por eso, cuando el natural orden de compensaciones que preside a la existencia le conducía a una situación lisonjera y optimista, el amor, por ejemplo, se abrazaba a ella con la desesperación del náufrago; y despertando todas las fuerzas de su ser, las dirigía al caro objeto; se apasionaba y exaltaba tanto, como si toda la vida debiera condensarse en una semana y el universo entero en las sensaciones y los espectáculos de un día. Cuando el desengaño llegaba, natural invierno que con orden incontrovertible sigue al verano de la pasión y del entusiasmo, le sorprendía a tanta altura que sus caídas eran desastrosas. Otros caen de una silla y apenas se hacen daño. Él, que siempre se encaramaba a las más altas torres, quedaba como muerto.

Otra causa le hacía infeliz, la desproporción inmensa entre sus condiciones sociales o de nacimiento y la superioridad ingénita de su inteligencia y de su fantasía. La fantasía le incitaba a todas horas con vivaces estímulos: era como un aguijón constante que intentara hacer correr a quien carece de pies. Considerad una inspiración ardiente sin medios de manifestarse, semejante a la curiosidad óptica del ciego; una inspiración que daba el fuego sin combustible, el agua sin vaso, la idea sin la palabra, sin la línea, sin la nota; considerad un alto ingenio que no sabe más que leer y escribir en una época en que el arte tiene que ser letrado porque han desaparecido los bardos y los trovadores de camino, y comprenderéis cómo pesa sobre un alma la fantasía cuando la falta de educación la ha privado de sus sentidos propios. Es verbo inencarnado que lucha en las tinieblas con horrendo torbellino, queriendo ser forma y sin satisfacer jamás su anhelo doloroso"


PD: La anestesía mental del último año y medio ha sido en parte lo que me ha dado equilibrio y estabilidad para seguir adelante. No es el más idoneo, pero ahora mismo es el único que me vale.

No hay comentarios: