jueves, 25 de abril de 2013

Mis amigos los libros


Antes de saber leer la señora Lucia me regaló, por mi cumpleaños, un cuento de La Cenicienta. El cuento era para niños, con grandes dibujos y letras escasas y grandes. Me lo leyó creo que mi madre, y días sucesivos, como yo le pedía que me lo volviera a leer pero no siempre tenía tiempo para ello, yo me inventaba el contenido de las letras.
Lo cierto es que mis padres nunca me leyeron cuentos en la cama y mis primeros libros, aparte de los de la escuela, fueron los de El Círculo de Lectores cuando tenía unos ocho años.
-Nos he apuntado al Círculo de Lectores para que la niña se vaya acostumbrando a leer – dijo mi madre
Y así durante un par de años, cada dos meses compraba un libro que después yo solita me leía, sin que nadie me obligara. Cuando nos borramos les pedía prestados a mis primas los libros de la serie azul de El Barco de Vapor, y en Reyes normalmente me traían algún libro. Recuerdo especialmente un libro de cuentos de Hans Christian Andersen que no queríamos ni mi hermano ni yo (al final resulto que el regalo era para mí para mi mayor disgusto). De la rabia que tenía porque el libro era para mí tardé tiempo en empezarlo, pero una vez que lo hice recuerdo que me gustó muchísimo y todavía lo guardo con mucho cariño.
No me considero una gran lectora. Conozco gente que lee mil veces más que yo. No conozco muchos clásicos. El Quijote no es un libro que me entusiasme precisamente y reconozco que por mis manos no han pasado ni Tolstoi, ni Quevedo, ni Balzac ni Rosalía de Castro.
Pero es cierto que a lo largo de mi vida los libros siempre me han acompañado. A veces con más intensidad. Otras veces con menos. Algunos años he podido devorar quince libros, y otras veces no los he tocado durante meses. Pero siempre han estado ahí cerca, próximos a mí, y me han acompañado a lo largo de mi vida. Me han hecho reír y llorar, emocionarme y sufrir. Reflexionar, meditar y distraerme. En época de tribulaciones han sido grandes amigos para mí. Me han ofrecido amplio consuelo. Siempre me han acompañado y me han enseñado cosas. A través de ellos también he vivido y experimentado “otras vidas” y otras épocas.
Porque como dijo mi profesora de literatura de COU, “a veces nos sentimos solos e incomprendidos. Pensamos que lo que nos ocurre nadie más lo ha experimentado. Y entonces lees un libro y te das cuenta que alguien ha plasmado tus sentimientos. Descubres que hay otras personas a las que les ha pasado lo mismo que a ti. No te sientes entonces tan solo y aislado. Por eso nos gusta la literatura”

miércoles, 23 de enero de 2013

Adicciones

Ha descendido el consumo de cocaina y cannabis como consecuencia de la crisis. ¡Oh que bien! ¡por fin una buena noticia! Aunque claro, España sigue siendo líder en el consumo de estas sustancias dentro de los países de la Unión Europea. Ante tal noticia, sólo podemos exclamar: ¡Campeones, campeones, oé, oé, oé…!

Pero lo que me ha llamado la atención de esta noticia es que tras hablar del descenso de consumo de drogas han mencionado el incremento de ventas de los psicofármacos y antidepresivos recetados por los médicos. Es decir, por primera vez he escuchado que al hablar de drogas han incluido las dos caras de la misma moneda: aquellas prohibidas y mal vistas y aquellas legales y consentidas.

Porque claro, está muy feo beber alcohol y emborracharse (particularmente si se es joven y si no hablamos de vino o cerveza). Es un problema social muy gordo que se consuma cocaína y cannabis (también, particularmente grave si se es joven) porque destruye las neuronas y se trata de una adicción muy peligrosa. Y ni que decir del tabaco, que es malísimo para la salud del que fuma y del que está al lado, sin hablar del graboso gasto médico que genera debido a las enfermedades que ocasiona.

Pero si usted está ansioso (debido a la crisis, a que está en paro o porque su puesto de trabajo peligra) no pasa nada por tomarse un lexatín (o dos, o tres, o los que hagan falta) porque oye, no vas a estar sin dormir porque no descansar genera otros problemas de salud más graves. Y si se encuentra triste porque ha perdido a un ser querido, o el empleo, o se ha divorciado, no pasa nada tampoco por tomar, durante una temporada (en teoría), un antidepresivo porque eso nos ayudará a superar el bache emocional y una mala temporada. Y si está flojo, y se siente cansado, ¿por qué no tomar vitaminas ?. Al fin y al cabo es más fácil tomarse una pastillita que comer más frutas o verduras, fuentes ambas de vitaminas.

Tenemos el soma de Un mundo feliz al alcance de nuestra mano. ¿Por qué no usarlo? ¿Quién quiere estar triste y preocupado cuando puedes sentirte feliz, pletórico y tranquilo en pocos minutos con sólo ingerir una píldora?.

En suma, vivimos en un mundo de adicciones. Desde niños vemos que para encontrarnos mejor la solución está en una pastillita que nos venden en la farmacia. A veces con receta. Otras sin ella. Y no pasa nada. Ahora bien. Si lo que tomas es cocaína, o te fumas unos porros, o en el botellón te emborrachas un fin de semana si y otro también ¡¡uff, pecado mortal!!.

No voy a defender yo el consumo de drogas ilegales. Me parecen peligrosas y arriesgadas. Malas para la salud física y psíquica. Pero creo que va siendo hora de que se desmitifique el uso de los medicamentos y de las drogas legales. No son inocuas. Generan adicción física y psíquica. No porque se compren en la farmacia y con receta médica son inofensivas y saludables.

En realidad, en gran parte de los casos, el abuso de cocaína, lorazepan, benzodiacepinas, porros, alcohol, etc. tienen el mismo origen y consecuencia. Son adicciones y como todas ellas son reflejo de la incapacidad del ser humano occidental de asumir, por si mismo, el dolor, la ansiedad, las limitaciones del ser humano, la frustración y todas aquellas cosas feas que forman parte de la vida.