domingo, 26 de junio de 2011

Sin pueblo

Uno no suele apreciar aquello que tiene. Si acaso, lo valora cuando lo pierde. Y además desea aquello que no posee.
En mi caso hay dos cosas que no he tenido nunca y que siempre he añorado: haber conocido a mis abuelos y tener pueblo.
Lo de los abuelos, sólo he conocido a mi abuela María Luisa, y doy gracias por ello, pero me hubiera gustado conocer a los tres restantes. De hecho me encanta que me cuenten historias de ellos porque es la única manera que tengo de "conocerles", de saber como eran. Cuando alguien me habla de sus abuelos y de como ha conocido y tratado a los cuatro siempre pienso en la gran suerte que tienen. Es cierto que por norma general tienen que enfrentarse a su pérdida y eso provoca gran dolor, pero creo que son afortunados porque pueden evocar una voz, una palabra, una expresión, una manera de moverse... en suma, un ser y no un señor inanimado que te mira desde el otro lado de la fotografía.
Lo del pueblo, otra añoranza. Un montón de gente tiene pueblo y no va, y admito escandalizarme algo con ello. ¡Yo que siempre he querido uno y no lo he tenido, y estos que lo tienen no van! Aunque claro, depende de las circunstancias y cuando la gente no tiene familia ni casa pues evidentemente no suele ir. Supongo que lo que me da rabia es como algunas personas se desvinculan por completo de su pueblo aún teniendo razones para volver.
Como en el caso de mis padres, les inundaron el pueblo, la sensación de desarraigo siempre ha sido muy profunda en ellos y en cierto sentido yo lo he heredado. No es ya que tengas un pueblo y no quieras ir, no. Es que ni siquiera puedes ir a un lugar del que puedas decir "esta casa era de mis antepasados" o "por aquí jugaban mis padres de pequeños". Quiero pensar que si el pueblo de mis padres hubiera seguido existiendo hubieramos seguido visitandolo, aunque a veces albergo mis dudas porque tuvieron la oportunidad de convertir a Rosalejo en su "pueblo" y no lo hicieron. Es cierto que las vivencias que tuvieron allí supusieron un mal recuerdo para mis padres (allí perdieron a sus padres, allí tuvieron que enfrentarse a la vida de adultos, allí se hartaban de trabajar y no sacaban nada en claro, allí tuvieron que renunciar a su casa y su parcela para poder venirse a Madrid) pero con los años ese rencor, ese mal recuerdo, no se mitigo lo suficiente como para desear tener una casa alli. Es cierto que cuando vivía mi bisabuelo ibamos algo más a menudo, pero yo nunca fui el suficiente tiempo como para convertir a Rosalejo en mi pueblo adoptivo, como le ha sucedido a mi prima Elena o incluso a mis primas Mari Mar y Cristina que de niñas pasaron más tiempo que yo allí. Por eso cuando alguna vez lo he visitado y te tratas con tus tíos y con tus primos como seres algo extraños porque no he tenido la oportunidad de tener una relación más estrecha con ellos siento algo de frustación e impotencia. Aparte, claro está, de que debido al hecho de no tener pueblo de niña he pasado unas vacaciones tremendamente aburridas, mientras que mis amigos que si lo han tenido, guardan con especial cariño sus vivencias de niños y adolescentes en los pueblos, cimentando relaciones más profundas con familia algo más lejana, si, pero familia al fin y al cabo, y teniedo experiencias de libertad y contacto con la naturaleza que yo no he tenido nunc.
En fin, reconozco que me hubiera gustado mucho que mis padres hubieran tenido casa en Rosalejo y que así se hubiese convertido para mi en un pseudo pueblo en el que todo el mundo era mi tío, como decía yo de pequeña. Y al venir este fin de semana de una boda allí y ver que mis primos segundos que si viven allí y se conocen se tratan como tal y yo no poder hacerlo me hace revivir parte de esa añoranza por no tener un lugar reconocible, origen de mis antepasados, en el que haber vivido una bonita infancia.